La COP 30 fue una victoria más para la industria fósil, lo cual no sorprende a quienes siguen estas conferencias. Pero, esta vez, fue aún más frustrante porque, al inicio de la conferencia, hubo menciones a un supuesto “mapa del camino” para reducir gradualmente la quema de combustibles fósiles en los próximos años.
Sin embargo, ese “mapa del camino” resultó ser otra fantasía ante la gigantesca presión de la industria fósil. La COP terminó sin un plan para eliminar los combustibles fósiles y sin metas de financiamiento para la adaptación climática. De hecho, a pesar de que los combustibles fósiles son los principales responsables del calentamiento global, la mención explícita de la necesidad de acabar con ellos siempre es retirada de los documentos finales de las COP.
Una vez más, la conferencia se mostró como un mostrador de negocios de los capitalistas enemigos del clima y del medio ambiente. Circularon por la Zona Azul al menos 1.600 lobistas del petróleo, formando una delegación mayor que la de todos los países individualmente, excepto Brasil, país sede de la COP30. Además de mucho greenwashing (lavado verde, práctica de marketing engañosa mediante la cual empresas contaminantes se presentan como sustentables), la COP30 fue escenario de episodios bizarros, como la presencia de un espacio del agronegocio brasileño —la Agrizone—, donde se reunieron terratenientes responsables por la destrucción de los bosques brasileños y por el asesinato de activistas socioambientales. Ese grupo llegó a hacer un asado en la Agrizone, reuniendo incluso a terratenientes implicados en el asesinato de la misionera Dorothy Stang, ejecutada en 2005 en Anapu (PA)
Con intereses en juego
Movilizaciones exponen contradicciones del gobierno Lula
Brasil intenta presentarse como líder en la construcción de un “plan” para la transición energética. Lula realizó lindos discursos sobre la necesidad de reducir los combustibles fósiles y sobre los pueblos de la Amazonia, pero no consiguió esconder la enorme contradicción de su práctica política. Además de liberar la explotación de petróleo en la Amazonia semanas antes de la COP30, el gobierno viene preparando verdaderas bombas climáticas que pueden llevar a la selva tropical más grande del mundo al colapso, como la pavimentación de la BR-319 y la creación de hidrovías en los ríos amazónicos (por decreto presidencial y sin consulta a las comunidades tradicionales afectadas, como exige la ley) para facilitar el transporte de soja, maíz y hierro extraído en la región.
Por eso la COP30 estuvo marcada por diversas protestas, protagonizadas sobre todo por indígenas, que bloquearon el acceso de las delegaciones diplomáticas a la Zona Azul, ocuparon el local en el primer día de la conferencia, participaron en marchas y realizaron declaraciones indignadas contra las políticas del gobierno Lula, exigiendo la demarcación inmediata de sus territorios.
El punto alto de las protestas populares fue la Marcha Global por el Clima, uno de los principales eventos de la Cumbre de los Pueblos, un evento paralelo a la COP, que reunió, el 15 de noviembre, entre 50 mil y 70 mil personas —entre pueblos indígenas, activistas y movimientos sociales de todo el mundo— que no ahorraron críticas al capitalismo y al gobierno brasileño.
El PSTU estuvo presente en la marcha, en la columna de la CSP-Conlutas, con aproximadamente 200 activistas, entre quilombolas, indígenas, sindicalistas, estudiantes y obreros de la construcción civil de Belém.
Ante el clima de malestar, el gobierno Lula movilizó a la ministra de Medio Ambiente, Marina Silva (REDE), la ministra de los Pueblos Indígenas, Sônia Guajajara (PSOL), y a Guilherme Boulos (PSOL), ahora ministro de la Secretaría General, para intentar contener la movilización. Boulos propuso una “consulta previa” después de que el decreto que abre el camino para la creación de las hidrovías ya había sido editado. En lugar de defender su revocación inmediata, Boulos presentó una medida sin efecto real, vista por los pueblos indígenas como una maniobra para desmovilizar la resistencia y facilitar proyectos del agronegocio. Los indígenas exigen la revocación del decreto, el respeto al derecho a la consulta y el fin de emprendimientos que amenazan sus territorios.
Debate
El “capitalismo verde” es una farsa
Además de mucho greenwashing, la COP estuvo dominada por propuestas del llamado “capitalismo verde”, como los créditos de carbono, que son activos financieros negociados en bolsas de valores y permiten a los contaminadores emitir gases de efecto invernadero a un costo menor que el de multas y sanciones. Es como un vale de comida que permite a los capitalistas comprar el derecho de seguir contaminando y deforestando. En la otra punta, el mercado de créditos de carbono perjudica a comunidades tradicionales e indígenas mediante fraudes, violaciones a los derechos territoriales y limitaciones a sus actividades de subsistencia.
Otra iniciativa son los fondos para la protección de las selvas tropicales, muy promocionados por el gobierno Lula y Marina Silva. El Tropical Forest Forever Facility (TFFF) promete proteger las selvas, pero prioriza a los inversores del mercado financiero. Según un estudio del Instituto Arayara, más del 95% del rendimiento anual del TFFF no se destina a la conservación ni siquiera llega a los territorios, sino que va al sistema financiero.
“La naturaleza se convierte en colateral; los pueblos de la selva, en beneficiarios residuales. Eso no es compatible con el discurso de justicia climática. (…) Sin salvaguardas, el fondo puede financiar sectores que destruyen la Amazonia y debilitar mecanismos como el Fondo Amazonia”, evalúa críticamente el Instituto.
El mundo avanza hacia la barbarie climática
Mientras las COP son espacios de grandes negociaciones del capitalismo fósil y extractivista, un nuevo informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) refuerza el avance acelerado de la crisis climática y el fracaso inminente de las metas establecidas en el Acuerdo de París. Según el documento, incluso si todos los compromisos actualmente asumidos por los países se cumplen íntegramente, la temperatura media global debe aumentar entre 2,5 °C y 2,9 °C hasta el fin del siglo, un nivel considerado extremadamente peligroso por científicos.
Esto significaría cruzar varios puntos de no retorno, volviendo el calentamiento global incontrolable. Un mundo por encima de 2 °C sería arrasado por pandemias, ciudades costeras destruidas, bosques colapsados y extensas áreas continentales imposibles de habitar por seres humanos debido al calor extremo. Una de esas regiones sería justamente Belém, sede de la COP30. Hay proyecciones científicas que indican que la ciudad podría volverse inhabitable debido al calor extremo ya en 2070, si se sobrepasa la barrera de los 2 °C.
Las proyecciones son aún más alarmantes cuando se observa la trayectoria actual de las emisiones. De acuerdo con el PNUMA, las posibilidades de limitar el calentamiento a 1,5 °C ya son nulas, y la probabilidad de mantenerlo por debajo de 2 °C cae a apenas 8% si el mundo continúa al ritmo actual de mitigación.
Incluso adoptando plenamente las metas climáticas ofertadas hasta ahora por los países, la perspectiva no es alentadora: las chances de estabilizar el calentamiento en 2 °C hasta 2050 suben solo al 25%, una advertencia contundente sobre la insuficiencia de las promesas y la urgencia de acciones más profundas e inmediatas.
El informe refuerza que la ventana para evitar los peores escenarios del colapso climático se está cerrando rápidamente, mientras los gobiernos siguen lejos de las medidas necesarias y planean explorar aún más petróleo durante la próxima década.
En la práctica, los jefes del imperialismo y los grandes capitalistas ya tomaron su decisión: no evitarán la barbarie climática, aunque eso cueste el asesinato y el genocidio de gran parte de la humanidad. Solo la superación del capitalismo y el control social de la producción podrán evitar lo peor.
Fonte: LIT-CI
Foto: Reprodução / LIT-CI









